Abilio Ruano
 
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La vida es el denominador común en la extensa obra de Abilio Ruano Calvo (Adrados, Segovia 1944); la tensión de los cuerpos, su expresividad, el movimiento constante, ese fluir que provoca que en todas sus tallas el espectador espere que algo suceda. Su obra es una primera secuencia que da paso a muchas más. En El Herrero (1995) vemos una continuidad en la posición del caballo. Todo está a punto para que el animal cambie su incómoda posición. Mientras que el herrero fuerza con su cuerpo, con su rostro la quietud que le permita acabar su trabajo.


Movimiento-quietud, pulsiones opuestas que se unen en sus obras gracias a la maestría lograda a lo largo de muchos años por el artista.

En la talla El Rejoneo (1994) Abilio Ruano llega a la perfección en esta búsqueda del continuo. Todo “gira” alrededor de un animal herido que persigue a su castigador, un torero que sale elegantemente de un quite y de un bellísimo caballo que galopa suspendido en su patas traseras. Todo unido a una multitud de detalles ornamentales y una base giratoria hace que la escena no tenga fin, hace que todo ruede al infinito.




Otra de las preocupaciones que se aprecian en la obra de Abilio Ruano (premisa seguida por todos los escultores) es el dotar a sus tallas de una expresividad capaz de hacernos sentir, de hacernos padecer emociones que nos lleven a entender el momento fijado en madera. Ejemplo de esta inquietud es El Cristo Yaciente (1996), El Cristo Resucitado (1994) y por supuesto una de sus obras cumbre Los Borrachos de Velázquez (1982). En estas tres obras luchan por conquistar el protagonismo, por un lado, la perfección técnica y por otro lado la carga expresiva añadida por Abilio Ruano a cada una de ellas.


Dolor, sufrimiento, fe resucitada y alegría embriagada desbordan por los poros de la madera. Nos olvidamos de la materia, nos olvidamos de lo que estamos  viendo y pensamos sólo en lo que sentimos; en lo que nos es transmitido a través de la mirada cómplice del dios Baco y sus compañeros de escena; en el dolor que flota sobre el cuerpo del Cristo Yaciente, ese rictus mortuorio que nos hace intuir el cercano final; y la felicidad renovada que nos cuentan los ojos, el rostro del Cristo Resucitado.


Abilio Ruano debe ser considerado como un clásico contemporáneo. Un espíritu artístico que vaga por épocas pasadas para llenar su fuente de inspiración y que por fortuna para nosotros se materializan en realidades presentes, a través del tallar de su gubia, que disfrutamos aquí y ahora.


Textos:   Daniel Cuevas Montenegro.


        

 
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